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jueves, 19 de marzo de 2015

De vuelta.



El regreso al hogar es intangible recuerdo,
vuelan los cuervos en círculos perfectos,
rodean el ojo caído, cuenca  de triste calavera,
perdido los hilos del tapiz invisible,
que hades tiende como dosel ante la impaciencia,
humana, infinita, quebrantada con audaz triquiñuela.

Me vale la sombra del tamarindo,
morada del humorista ácido,
como refugio perenne frente al general desencanto,
y corro descalzo siguiendo las sombras que danzan,
bajo los anillos de Saturno, porque soy de carne,
porque soy impuro,
residuo del amor empedernido,
y crecido, en la intrínseca debilidad que la realidad crea.

Newtoniana ley de gravedades innatas,
Adorno de Macaón, con ó sin razón,
se ciernen sobre mí, las heridas imprimidas,
con alevosía de corazón.

Es imposible tener compasión de las piedras,
arietes inútiles para el caminante, errante y sin destino,
al desearse, como estatua de sal,
Lot desespera, ¿no hay amor en la tierra?...
ni morada eterna, ni infiernos,
donde el azufre hace llorar a las hienas,
no existe temor absoluto,
solo temores pequeñitos que muerden como perros,
y montones de hogares desatendidos.

Sopla en viento, el hogar espera, incierto,
silencio, lágrimas en verso,
 cigüeñas bailan flamenco,
en los pantalanes de mil puertos.


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