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sábado, 23 de septiembre de 2006

Sílabas repletas de si-lencio.

Recuerdo las sílabas,
Que tiran como caballos..
10 corceles desbocados
 son mis dedos.
Tirando con furia mental de mi cuerpo
Arrojando flechas de desprecio
A muertos que no son muertos
Ni santos
Ni discretos
Solo bocas que no hablan
Solo silencio entre el viento.



Las palabras resonaban en las vacías habitaciones de su alma, abandonado a si mismo como un “pendejo”, como diría René el camarero del Tívoli, al que tantas copas sin nombre, debía. Un puto pendejo, tirado de mierda...<añadiríamos la mayoría de la conciencia social, pulcra e hipócrita de los que sobrevivimos a base de aceptar con servil aborregamiento, el destino que nosotros mismos acunamos>.

Job, no se parece en nada al sufrido personaje bíblico. Bueno, casi en nada.
Aparte de la apariencia andrajosa, y su actitud de queja ante todo, como máximo se le podría comparar desde el punto de vista filosófico, un hombre cultivado, sufridor ajeno en el dolor del alma. Un ladrón de historias, vivalavirgen, sin escrúpulos, pero hombre de honor.

Cuando comía de gorra, acostumbraba a dar una vuelta discreta y rápida por las mesas del local a ver si ripiaba algo de propinas “desatendidas” o algún bistec a medio consumir, desechado por su saciado dueño. Había hecho de ello todo un arte, hasta el punto de recibir felicitaciones de algún hambriento secuaz, de coturno vespertino.

Pero esta tarde, además de no parar de llover en todo el día, haciéndole arrastrar los pies chorreando, parece que la cosa pintaba mal para Job.-Una densa humareda salía del interior de la cocina, con un desagradable olor a chamuscado.

Varios pinches corrían hacia la calle dando gritos, y al momento la clientela se levantó y cada uno corrió para escapar de lo que aparentemente era un incendio.
-Nos ha jodido mayo con las flores-. dijo Job con voz de fastidio.-Ni siquiera me ha dado tiempo a pedir.

Una mano le sujetó el hombro, Job respingó, y se giró a la defensiva.
-Perdone señor-. dijo enérgicamente el camarero.
-¿Que coño pasa ?-. espetó Job, como siempre, intentando crear un desconcierto que anulara cualquier intento de echarlo por la fuerza.
-Perdone-, directo y franco, hablo el mozo,  -pero ¡aquí está prohibido fumar…!